Guía triste de Pisagua: A 30 años del descubrimiento de la fosa

Bernardo Guerrero Jiménez, sociólogo. Instituto de Estudios Andinos Isluga, Universidad Arturo Prat

Región 02/06/2020 Editor Editor
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“Nuestros muertos están cada día más vivos” (Pedro Lemebel)

Esta frase de Lemebel está pintada en un muro en Pisagua. Lo acompañamos a fines del año 97 para que conociera algo más de este lugar. Y tiene toda la razón Pedro: los muertos, mientras exista memoria activa, están con nosotros.

He vuelto a Pisagua. ¡Qué cosas extrañas cuenta el silencio de esta ciudad en agonía! Porque Pisagua muere calladamente, allí ante el soberbio espectáculo de un mar azul como ninguno, y de la majestuosa bahía que lo encierra. Conocedora de su irremediable destino, desea que la muerte la encuentre engalanada.

Así escribió, Alfredo Wormald Cruz e: n su Historias Olvidadas del Norte Grande (1972), acerca de este lugar.

Pareciera que este puerto o caleta, como quiera que se llame, ha logrado cautivar en una especie de macabra vocación a la muerte. Alguien ha dicho que en Pisagua hay más muertos que vivos. Incendios, peste bubónica, maremotos, entre otros, han contribuido a ello. Pisagua Puerto Mayor de la Muerte parece ser su verdadero nombre, independiente de lo que quiera decir en otra lengua.

Pisagua de fines del siglo XIX

Pisagua se incorpora a Chile el 2 de noviembre de 1879. El 31 de octubre de 1884, se crea la Provincia de Tarapacá con dos departamentos, Iquique y Pisagua. Un año después se crea la Junta de Alcaldes compuesto por Juan Manuel Rojas, Tomás Lanshan y Fernando Solari Millas.

Pisagua en la Guerra Civil del 1891

La guerra civil del 1891, la cual trajo como consecuencia la destitución del gobierno constitucional de José Manuel Balmaceda, ayudó a construir la imagen de Pisagua como sitio de cárcel y tortura. La desconocida novela  Revolución de Anselmo Blanlot Holley, editada en Buenos Aires en 1894 describe la situación de Enrique Vedia, un oficial leal al presidente que es tomado prisionero y luego destrozado por la muchedumbre: El trato que se le dió, fué, si cabe, más humillante y duro.

La ausencia de sus compañeros contribuía á incrementar sus pesares. La muerte habría sido un beneficio inmenso para el infeliz.

Le arrancan á tirones el hediondo traje que cubre su cuerpo. Cien manos lo atenacean, cien corvos lo pinchan, cien bocas lo escupen.

Sus lamentos se pierden entre el infernal vocerío. Le arrancan á puñados los cabellos y la barba. Nadie quiere quedar sin parte en la función. La víctima, cae. Los chacales lo destrozan. En un instante lo desarticulan y se reparten los despojos. Uno, levanta una pierna; otro, un brazo; aquel, el tronco; el de más allá, la cabeza. ¡Los energúmenos llegan hasta el muelle y ajitan los informes restos en ademán de desafío...! (Blanlot 1895:392-95).

Pisagua en los tiempos de González Videla

El 22 de enero de 1948, un escueto comunicado militar anunciaba que Félix Morales Cortés, de 35 años, profesión pintor dibujante, domiciliado en Iquique, 21 de mayo No 454, falleció en Pisagua. Morales se encontraba en ese puerto en virtud del Decreto Supremo No 11 del 13 de septiembre de 1948 del Ministerio del Interior. A los días después muere el que fuera intendente de Iquique, Ángel Veas.

¿Quién era Félix Morales Cortés? Era, antes que nada, un poeta comunista que murió en Pisagua, en los tiempos en que González Videla decidió

cancelar sus compromisos políticos con el Partido de Recabarren. En otras palabras, fue víctima de la aplicación de la Ley de Defensa de la

Democracia, que fue comúnmente conocida como “Ley Maldita”.

Pisagua en 1948 asume públicamente su lugar en la historia chilena como campo de concentración. Pero, no hay que creer que sólo en esa fecha adquiere esa fama. Ya en la revolución balmacedista de 1891, Pisagua había sido lugar de reclusión. Recordemos, tal como lo relata Anselmo

Blanlot en la novela Revolución. El primero de abril de 1925, llegan relegados a Pisagua los suboficiales del Ejército Olegario Apablaza, Luis Gallardo y F. Arellano del disuelto regimiento Valdivia. Como se podrá apreciar, la caleta, cuyo nombre puede ser traducido como “dormida entre los riscos”, tiene el perfil que lo liga a la muerte, la desdicha y la tragedia.

Sobre el campo de concentración del año 1948, existe un elocuente testimonio de un relegado (Muñoz 1990: 57), y en la literatura Volodia Teitelboim en su novela Pisagua, una semilla en la arena, presenta un macizo testimonio de lo allí ocurrido.

Pisagua y el salitre

Llegaron a vivir en la época del salitre cerca de 8.000 personas. Dos grandes incendios lo destruyen por completo: en el año 1883 y en el 1905.

Un año antes, la peste bubónica hace estragos.

Pisagua fue un surtidor de agua para Iquique, en una primera instancia se hacía en el lomo de animales, mientras que después comenzó a transportarse en barcos. Según Darwin “el agua se lleva en botes desde Pisagua, que está a 40 millas al norte, y se vende a 9 reales la barrica de 14 galones” (Wormald, 1972: 229).

El tren salitrero, el cual data de 1871, llegaba a este puerto. Aún quedan huellas de la estación y el lugar donde se sostenían los durmientes y luego los rieles. Tardaba cerca de 10 horas desde Iquique a Pisagua.

En su mejor época, Pisagua tuvo tres bancos comerciales: el de Tarapacá, el Argentina y el de Chile. Una escuela para 135 alumnos, tres muelles para cargar salitre. El año 1882 aparece el primer periódico: “El Pueblo de Pisagua”. Luego se le suma “La Verdad”. Existió también un lujoso hotel, “Cavancha”.

La vida comercial era dinámica y para todos los gustos: peluquerías, restaurantes, salón de billares, joyerías, boticas, negocios de chinos y los llamados salones, eufemismo para designar a los prostíbulos. Había además 23 fondas. Como buen puerto tiene una agitada vida nocturna, concentrada ésta en la calle Chorrillos. Según la escritura de Wormald, no había donde aburrirse.

Para los años veinte del siglo pasado, la crisis del salitre afecta notablemente a Pisagua. Sólo viven cerca de 2.000 personas.

En la década de los años 60, se instala un par de industrias pesqueras y una conservera. El boom de la pesca puede ser su activación. Nada de eso sucede. En Iquique existió por muchos años el Centro de Hijos de Pisagua. Hoy desapareció al vender el local donde funcionaba en la calle Esmeralda.

A día de hoy no queda ni la sombra de lo que fue en su esplendor cuando el gobierno peruano, el 20 de junio de 1870, lo declara Puerto Mayor.

Una cárcel “casi” natural

Pisagua está encerrado por el mar y por el cerro. Entre ambos hay 2.8 kms. Lo que la convierte en un sitio de confinamiento casi natural, razón por la que fue usada como campo de concentración en el gobierno de González Videla (1946-1952) y en dos oportunidades por la dictadura de Pinochet, en 1973 y luego en 1985, siendo la primera oportunidad la más dramática y violenta.

En los siguientes links podrás encontrar más información al respecto:

Pisagua. Campo de Prisioneros}: https://www.tarapacaenelmundo.com/pisagua-campo-de- prisioneros.html

Cartografía de la memoria : https://www.tarapacaenelmundo.com/cartografiacutea-de-la-memoria.html

 Tres hombres claves

Tres son los hombres claves para entender el descubrimiento de la fosa. Nelson Muñoz, Olaff Olmos y Fernando Muñoz, a pesar de que, sin duda, hay muchos otros más.

Nelson Muñoz Morales (1944- 2014)

Le debemos mucho al hombre. Tanto que temo nunca se lo podremos pagar. Le debemos tantas conversaciones cerca de La Tirana, en el Wagón o en nuestras casas. Pero, sobre todo, le debemos haber vuelto a la vida a los compañeros de Pisagua.

Nelson Robespierre Muñoz Morales, se ganó el aprecio de todos y todas. Cultivó un humor fino y bromeaba hasta con su propia muerte. Hizo de Pozo Almonte su Comala y emuló a Juan Rulfo confundiéndose a veces con Pedro Páramo. Prologó uno de mis libros, cantamos a Sabina (“pero ella quería escuchar mentiras piadosas” o algo así), y de la noche a la mañana se marchó. Esta tierra no era su tierra. Y ninguno de nosotros se la ofreció. Ni llaves, ni galvanos, ni ninguna de esas cosas inútiles le servían. Escribió la novela Caballo Bermejo, tal vez para ahuyentar tanto dolor contenido.

Estuvo y estará en todas las oraciones de la Baldramina y en las pancartas. Pisagua dio a luz gracias a Nelson Muñoz. Parió muertos que alimentan la memoria. Se empeñó, se obsesionó por la verdad en tiempos en que los jueces volteaban la mirada. Lo suyo fue una cruzada en pleno desierto. Y este, el desierto, una vez más hizo el milagro: guardó los restos de vida tal como lo hicieron diez mil años antes los artesanos de la memoria, los chinchorros.

Nunca le vamos a pagar por lo que hizo con nuestros dolores. Sepultamos a los nuestros como manda la vida. Nelson se echó el cigarro, el enésimo, a la boca, miró como el humo se desvanecía y decidió partir a encontrarse con esos muertos que, gracias a su voluntad, pueden descansar en paz, recibiendo de vez en cuando una flor.

La memoria de Nelson Muñoz no necesita calles ni avenidas. Cuando se pronuncie su nombre, y ojalá lo hagamos siempre, recordaremos que gracias a él tenemos nuestros muertos descansando en paz.

Su libro Caballo Bermejo... (2000), un registro literario, una de sus pasiones, recrea muy bien el proceso de búsqueda y de encuentro de la fosa.

Olaff Olmos Figueroa (1951-2005)

Las imágenes más comunes que tenemos de los arqueólogos pueden ser dos. La primera, relacionada con la aventura, lo exótico, algo así como la figura de Indiana Jones, imagen que por cierto viene de Occidente y revela su vocación colonialista. Y la segunda más ligada al trabajo en cementerios, por lo general precoloniales. Laburando, en el caso del Norte Grande, con momias Chinchorro, escudriñando viejos asentamientos, fechándolos y clasificándolos.

Olaff Olmos estudió arqueología en la Universidad del Norte, y le correspondió penetrar en un cementerio que nunca hubiera deseado que existiera.

Excavando cementerios antiguos, la motivación no es más que la académica. Pero esta vez era diferente. No buscaba un cementerio como los cientos que abundan en el desierto. Buscaba aquel construido por manos cobardes que trataron de ocultar la verdad. Olaff no buscaba cuerpos NN, buscaba a personas que él había conocido, con quienes había compartido marchas, reuniones, esperanzas y utopías. Y los encontró. Nunca la arqueología había sido tan útil.

Fernando Muñoz Marinkovic (1957- 2015)

Para registrar la barbarie encontrada estuvo Fernando Muñoz, un hombre barba espesa que, en la década de los años 80 y desafiando al autoritarismo, salió al aire con Radio Iquique. Una emisora que retransmitía los noticieros de la Cooperativa y que además poseía un boletín de noticias locales dirigida por la periodista Anyelina Rojas.

Sumado a esto, tenía un par de minutos para que diversas personalidades de la oposición comentaran sobre nuestra realidad.

Radio Iquique fue objeto de atentados, pero Muñoz no se dejó amedrentar. Su trabajo de camarógrafo en Pisagua le permitió no sólo a Chile sino al mundo entero conocer la barbarie pinochetista.

En el siguiente link, un escrito de la periodista Anyelina Rojas sobre Fernando Muñoz: http://edicioncero.cl/2015/10/fernando-munoz-marinkovic-un-icono-en-la-lucha-por-la-democracia/

Los paleros

Fueron los voluntarios que de modo anónimo ayudaron a encontrar a nuestros muertos. Militantes de partidos de izquierda, cesantes muchos de ellos. A la llamada del juez se organizaron para dar con el objetivo.

Ser paleros no era nada fácil. Excavar en el desierto es tarea mayor. Cerros duros que besan al mar. Costrones de salitre que no se dejan mutilar fácilmente. Pero cuando la verdad está por delante, no hay quien los detenga.

El palero es el viejo pampino, pero a diferencia de aquél, este busca a sus compañeros enterrados en forma clandestina. Sus huellas aún se advierten. Los cientos de hoyos que hay por ahí nos hacen exclamar “por aquí pasaron los paleros”. Excavar en el desierto es como encontrar una aguja en el pajar. Pero lo hicieron y los encontraron, El documental de los hermanos Santander los retrata muy bien.

Por casualidad me hice palero. Me tocó ir a Pisagua con la gente del Crear, llevando agua y víveres que Nelson Muñoz nos había pedido. Salimos de Iquique a eso de las cinco de la madrugada. Llegamos con el sol arriba. Se veía la fosa y se asomaban en la superficie lo que sería la primera hilera de cadáveres. Ya no servían ni las palas ni las picotas.

Había que excavar con las manos y en forma suave. Recuerdo haber pasado mis manos por lo que imagino era la tibia de uno de mis compañeros. Cerca de mí, otro hacía lo mismo. Le pregunto y tú ¿a quién buscas? y me dice “uno de estos puede ser mi padre”. Y l encontró: era el abogado Cabezas.

 

 

 

 

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