El Chile que no conecta v/s la cultura que moviliza

Abraham Sanhueza López , Poeta, Dramaturgo, Gestor Cultural. [email protected]

Editorial 09/08/2020 Editor Editor
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Sin lugar a dudas que estamos viviendo un año 2020 que se está grabando a fuego en nuestra memoria; si bien aún no finaliza y no sabemos con certeza cómo terminará, ya tenemos sobrados y poderosos motivos para recordarlo por el resto de nuestras vidas. Es un año en que por experiencia propia, hemos aprendido duras y reveladoras lecciones: lo frágiles y vulnerables que somos como especie humana frente a lo que aún no conocemos ni dominamos. Y esta constatación nos provoca dolor, frustración, inseguridad e impotencia. Lo sentimos como una pérdida de nuestra preciada libertad para hacer y decidir. Y la incertidumbre, una variable permanente en nuestras vidas y que en tiempos de normalidad la atenuamos con previsión, prudencia, y planificación, hoy se alza como un oscuro muro y adquiere una fisonomía amenazante. 

Entonces, ese temor a lo desconocido nos vuelve hacia nuestro interior buscando certezas, y redescubrimos en nuestro entorno nuevas fortalezas que nos alientan, y revaloramos a quienes nos rodean, a los afectos que siempre han estado, la familia, los amigos/as, pese a que transitorias restricciones nos impiden cercanía, privándonos del gesto cotidiano de abrazarnos y la gratificante comunicación cara a cara. 

El 2019, un estallido social nos golpeó duramente, nos desnudó como sociedad y nos aterrizó en una realidad cruda y, en muchos casos, de miseria en vastos sectores del país. De pronto cobró visibilidad un país de muchas carencias y rabia acumulada. Hubo represalias, acciones de brutalidad, hubo muertos y cientos de personas mutiladas de por vida, solo por atreverse a soñar, en defensa de ideales en un mundo mejor y más solidario contrapuesto a los modelos económicos que imponen las potencias que gobiernan el mundo. El denominado “estallido” fue también una reafirmación de que gran parte de los seres humanos somos soñadores, idealistas, y nos movilizamos, con las armas de la no violencia, en constante búsqueda de justicia, dignidad, equidad y paz para todos los hombres y mujeres de nuestra tierra. 

Apenas iniciado el año hizo su funesta aparición en nuestra tierra, la pandemia, cuya marca es COVID-19, sumando una crisis sanitaria a la económica, social y cultural que se había evidenciado en octubre pasado, crisis que también se ha extendido por el mundo, afectando con mayor fuerza a las naciones latinoamericanas, con sus históricas carencias y limitaciones de siempre, para enfrentar un enemigo invisible, un virus que no podemos ver a simple vista pero con una capacidad y letalidad para paralizar prácticamente a toda la humanidad, y que aún nos tiene en vilo y sumidos en un laberinto del que aún no tenemos plena certeza cómo vislumbrar salidas. 

En el contexto de este adverso escenario, es el arte, en todas sus expresiones, y con su mágica clarividencia y vitalidad para florecer en las condiciones más dramáticas y extremas, y cuya fuerza creadora ha sido capaz de sobrevivir, solo en el siglo pasado a dos guerras mundiales, y superado decenas de pestes y desastres naturales, el que reaparece ante nosotros, como un milagro de vida, revestido de una sólida coraza frente al infortunio y la desolación, para brindarnos lo que sólo este hermoso oficio sabe entregar: goce espiritual, sueños, esperanzas, reflexión y amor por la vida en plenitud, y por sobre todo, nos señala un camino de cómo podemos volver a re-nacer a través de la fuerza exaltadora y fecunda de la creación artística. 

A transitar este camino, nos inspira el ejemplo creador del compositor Dmitri Shostakovich, que en el fragor y la brutalidad de la guerra, y en medio del asedio y bombardeo a su natal Leningrado, en condiciones extremas de precariedad e inseguridad, mientras el hambre asolaba a sus habitantes que resistían el cerco de las hordas fascistas, escribió la 7° Sinfonía, obra musical que dedicó a su gente, como un homenaje al impulso creador que nunca se detiene ni muere mientras la vida siga latiendo sin doblegarse. La 7° Sinfonía se estrenó en el verano de 1942, desafiando a las tropas alemanas y superando incontables dificultades y carencias materiales, y pudo ser transmitida a toda Leningrado (hoy San Petersburgo), para que toda la ciudad y sus heroicos defensores recibieran a través de una creación artística, un mensaje de resistencia, de esperanza y unidad de su pueblo, que les incentivara y fortaleciera en la determinación de superar los dolores y la hambruna. La obra musical, creada en medio de la adversidad, fue un rayo de luz en tiempos de oscuridad. 

FINTDAZ 2020, no tiene nada que celebrar, pero sí queremos contribuir a través de lo que mejor sabemos hacer, con un mensaje de esperanza y de futuro, para que nuestros hermanos/as, nuestra gente, pueda sobrellevar estos momentos de agobio y desaliento de una mejor manera y, a pesar de todo, volver a reír, atreverse a soñar, a recuperar la fe y a reafirmar, una vez más, que el arte no muere ni morirá mientras hayan hombres y mujeres que enarbolen sus banderas de liberación sanadora. 

Permitamos que el teatro nos oxigene, que la danza nos haga bailar, que las artes circenses y la música nos eleven al infinito y nos hagan cantar; renovemos con nuevas miradas el dialogo constructivo y la necesaria reflexión, avancemos hacia un nuevo horizonte, sin violencia y, aunque tristemente muchas vidas se han quedado en el camino con mayor razón y fuerza los que seguimos en pie tenemos el deber de alcanzar el triunfo anhelado, por los que ya no están, por los que ya no pueden ver. 

Porque nada está perdido, a través de ustedes y nosotros recuperaremos la luz, para construir juntos, un mejor país para todos y todas. 

Este encuentro de las artes es un homenaje para todos los que ya no están y también para los que seguimos dando la batalla, bienvenido FINTDAZ 2020. 

 

 

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